Si miras tras la ventana puedes ver a dos chicos jugando de apenas seis años. Ella le mira, curiosa, con esa sonrisa infantil e ingenua que solo una niña de su edad puede tener. Él sigue inmerso en aquella escena que protagonizaba su muñeco favorito, sin fijarse en que su prima había dejado de jugar. Carol estaba de pié, mirando todo cuanto había a su alrededor. Mudarse a Madrid no le había hecho gracia desde el primer momento, y el hecho de que su primo fuese con ella no le hacía cambiar de opinión tampoco. Desde su punto de vista, ahora, en vez de estar una triste eran dos.
Sin embargo, él no parecía darse cuenta de la situación. No había mostrado ningún gesto de añorar su antigua ciudad, y ya se había acostumbrado a su nueva casa. Ella recorrió con la mirada la habitación, curiosa, ¡qué diferente era a la suya! En su pueblo, no era tan grande ni tan fría, y sus paredes estaban forradas de recuerdos. ¿Dónde está el rosa? ¿Y la ventana tan alta donde pensaba llegar cuando fuese mayor, qué?
Su primo le prestó entonces la atención que antes tenía puesta en su juego. Él no parecía triste en absoluto, y exploraba la casa que, comparada con la anterior, era mucho más grande. Carol ya le había oído expresar su intención de jugar en el parque de enfrente, balancearse en los columpios y tirarse por el tobogán, una y otra vez. Había que reconocer que, en el pueblo, no había ningún parque de juegos.
Él se acercó, se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla.
<< Ahora es cuando, en vez de echar de menos el pasado, recopilamos recuerdos que extrañaremos más adelante, Carol, ¿comprendes? >>
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